viernes, 5 de diciembre de 2008

José Mª Pinilla gana el I Premio Literario Río Mijares.
Los Ayuntamientos de Montanejos (Castellón) y Rubielos de Mora (Teruel) han fallado su I Premio Literario Río Mijares.
Según se hizo público en la página web de Montanejos, el jurado acordó conceder: El Premio de Poesía: 'Diarios de la Luz', presentado con el lema: Nulmen. Autor: José María Pinilla Ballesteros, que reside en Barcelona.
El autor recibirá como dotación 900 euros.
Formaron parte del jurado de cada uno de los premios Rosendo Tello, Ricardo Morant, Ramón Acín, Cecilio Alonso, Vicente Ibáñez y Teresa Garbí.
La entrega de premios tuvo lugar el pasado sábado 29 de noviembre en la casa de la cultura de Montanejos.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Acotaciones a las palabras del náufrago

Las señales del naufragio Aquél, no era un viaje programado, y aún es probable que quedaran cosas por hacer, siempre nos queda en el tintero algún recuerdo impreciso —ni es decente ni correcto—, interrogar al tiempo o jugar a vivir embrujos, gestos insólitos,la palabra apropiada a los cambios de clima, al nuevo sol o a los heterogéneos vientos que suenan como adagio en primavera. Era Medellín y era Colombia y era agosto. Cualquier albor acababa en sorpresa, y aún así no siempre la sorpresa cristaliza en asombro, pero sí en quemazón y llama. La quemazón es esa parte de misterio que transmuta la oscuridad en luminaria, ese hueco revestido de arrebato que evangeliza de azul cualquier frontera. No en amarillo ni en magenta, precisamente en azul, porque el azul es vertical y determina cada paso de la vida y de la muerte, donde la sorpresa es deflagración y decreta qué parte del cuerpo empieza a arder y por qué el verdadero destino emana siempre hacia su centro. Persiste donde acaba el humo y su mímica se torna abrazo antes de convertirse en sonrisa. Era Medellín y era Colombia, era agosto y era el tiempo. Allí, mi contacto con Juan Manuel Roca, aquél que dijera en Monólogo de José Asunción Silva: La ciudad que me rodea / y se duplica en los charcos de la lluvia / tiene un ropaje de sombras. O con Piedad Bonnett, donde en Después del coito, escribe: La vida es triste / sin los recuerdos del pasado. El nacimiento de la vida empieza en el encuentro, en el abrazo de la llama y el vacío. ¿No ves que estamos solos? ¿Que la luz nos parte siempre en dos mitades? Sin ese viaje a Colombia, la luz no existiría —al menos mi propia luz—, ni este libro que bebió las calles empinadas de Medallo, la acuarela de las Islas del Rosario, para comprender cuerpo y alma, y darle verticalidad necesaria al encendimiento. La luz y el cuerpo, la piel de mimbre y las alondras, la justa proporción que aparea la distancia. Me refiero a la expresión del sentido de las cosasy el porqué no escribo su contenido en cursiva. Y ahí llegarán las maldiciones y el descrédito. Ningún poeta actual se atrevería a escribir su propio prólogo, aunque eso ni importa demasiado ni siquiera me seduce. La verdad, la verdadera verdad sigue siendo originaria y contigua. Debo compartir con Baudelaire que mi patria es mi infancia, o con Antoine de Saint-Exupery que La infancia es la patria de todos. Y este axioma es reiterado por pensadores como Rilke, cuando dice: la verdadera patria del hombre es su infancia. Y es que los golpes y los pasos se repiten aquí con muy pocas señales. Este libro que bebiera aguas distintas y dispares —Pacífico y Mediterráneo—, Colombia y Barcelona como pliegues de un mismo pétalo, y su preciso epicentro en Medellín, la tierra paisa. Ese calor primigenio que contienen los versos, los poemas infalibles, esos que no pernoctan o que lo hacen con los ojos abiertos, como el invierno sin frío, o la rosa creciendo en la nevada. La Navaja que corta en dos las entrañas del poema, y las convierte en epígrafe, como el claro olor a sexo femenino con el que siempre se cubre la poesía. La palabra. Ay las palabras. Tantas cosas nos dicen las palabras. Por ejemplo, la palabra meretriz que llena la calle con su hondura y desata los vértigos de la piel y del naufragio, para que ese triángulo perfecto de donde emerge la luz en miniatura, tenga fulgor propio en la penumbray así no es fácil resistirse a las promesas de la carne. Y esa palabra lo abarca todo y prolonga la efigie de una barra ejecutiva, como la propia rebeldía de la noria y su creciente desamparo. Así la voz de un niño que custodia las aceras con su juego y ensancha la calle, eliminando el riesgo que conlleva el momento de cruzarla. De ahí, las palabras del naufrago, donde cada ola nos muestra su refugio inacabado. J.M.P.Las señales del naufragio Aquél, no era un viaje programado, y aún es probable que quedaran cosas por hacer, siempre nos queda en el tintero algún recuerdo impreciso —ni es decente ni correcto—, interrogar al tiempo o jugar a vivir embrujos, gestos insólitos,la palabra apropiada a los cambios de clima, al nuevo sol o a los heterogéneos vientos que suenan como adagio en primavera. Era Medellín y era Colombia y era agosto. Cualquier albor acababa en sorpresa, y aún así no siempre la sorpresa cristaliza en asombro, pero sí en quemazón y llama. La quemazón es esa parte de misterio que transmuta la oscuridad en luminaria, ese hueco revestido de arrebato que evangeliza de azul cualquier frontera. No en amarillo ni en magenta, precisamente en azul, porque el azul es vertical y determina cada paso de la vida y de la muerte, donde la sorpresa es deflagración y decreta qué parte del cuerpo empieza a arder y por qué el verdadero destino emana siempre hacia su centro. Persiste donde acaba el humo y su mímica se torna abrazo antes de convertirse en sonrisa. Era Medellín y era Colombia, era agosto y era el tiempo. Allí, mi contacto con Juan Manuel Roca, aquél que dijera en Monólogo de José Asunción Silva: La ciudad que me rodea / y se duplica en los charcos de la lluvia / tiene un ropaje de sombras. O con Piedad Bonnett, donde en Después del coito, escribe: La vida es triste / sin los recuerdos del pasado. El nacimiento de la vida empieza en el encuentro, en el abrazo de la llama y el vacío. ¿No ves que estamos solos? ¿Que la luz nos parte siempre en dos mitades? Sin ese viaje a Colombia, la luz no existiría —al menos mi propia luz—, ni este libro que bebió las calles empinadas de Medallo, la acuarela de las Islas del Rosario, para comprender cuerpo y alma, y darle verticalidad necesaria al encendimiento. La luz y el cuerpo, la piel de mimbre y las alondras, la justa proporción que aparea la distancia. Me refiero a la expresión del sentido de las cosasy el porqué no escribo su contenido en cursiva. Y ahí llegarán las maldiciones y el descrédito. Ningún poeta actual se atrevería a escribir su propio prólogo, aunque eso ni importa demasiado ni siquiera me seduce. La verdad, la verdadera verdad sigue siendo originaria y contigua. Debo compartir con Baudelaire que mi patria es mi infancia, o con Antoine de Saint-Exupery que La infancia es la patria de todos. Y este axioma es reiterado por pensadores como Rilke, cuando dice: la verdadera patria del hombre es su infancia. Y es que los golpes y los pasos se repiten aquí con muy pocas señales. Este libro que bebiera aguas distintas y dispares —Pacífico y Mediterráneo—, Colombia y Barcelona como pliegues de un mismo pétalo, y su preciso epicentro en Medellín, la tierra paisa. Ese calor primigenio que contienen los versos, los poemas infalibles, esos que no pernoctan o que lo hacen con los ojos abiertos, como el invierno sin frío, o la rosa creciendo en la nevada. La Navaja que corta en dos las entrañas del poema, y las convierte en epígrafe, como el claro olor a sexo femenino con el que siempre se cubre la poesía. La palabra. Ay las palabras. Tantas cosas nos dicen las palabras. Por ejemplo, la palabra meretriz que llena la calle con su hondura y desata los vértigos de la piel y del naufragio, para que ese triángulo perfecto de donde emerge la luz en miniatura, tenga fulgor propio en la penumbray así no es fácil resistirse a las promesas de la carne. Y esa palabra lo abarca todo y prolonga la efigie de una barra ejecutiva, como la propia rebeldía de la noria y su creciente desamparo. Así la voz de un niño que custodia las aceras con su juego y ensancha la calle, eliminando el riesgo que conlleva el momento de cruzarla. De ahí, las palabras del naufrago, donde cada ola nos muestra su refugio inacabado. J.M.P.

Las palabras del náufrago

Las Palabras del náufrago
ISBN: 978-84-96750-40-1
Autor: José María Pinilla
Lengua: publicación: Castellano
Publicación: Barcelona : Ediciones Atenas , 1/2008
Descripción: 120 p. ; 20,5x14,5 cm
Precio: 10,58 € + IVA = 11 €
I PREMIO XVII CERTAMEN DE POESÍA "José María de los Santos",
EL VISO DE ALCOR - SEVILLA DIPUTACIÓN DE SEVILLA Un jurado compuesto por Irene Prada Oliva, Eulogio Franco Campillo y Arturo Morillo Bonilla, otorgaron a este libro el I PREMIO del XVII CERTAMEN DE POESÍA "José María de los Santos", EL VISO DEL ALCOR - Delegación de Cultura. DIPUTACIÓN DE SEVILLA.

viernes, 31 de octubre de 2008

Con "Caminos Invertebrados", José María Pinilla gana el premio VILLA DE ARANDA (Burgos)

El poeta José María Pinilla acaba de ganar el premio Villa de Aranda 2008, que convoca el Ayuntamiento de la localidad burgalesa.Caminos invertebrados es el título de este libro que, según confiesa el propio autor, fue escrito entre Barcelona y Montevideo. De ahí la presencia de poemas como Araucaria —esos árboles columnados como fósiles vivientes, de la edad Mesozoica — o Tanat —un tipo de uva, especialmente tánico, que, importada de Italia, encontró en Uruguay su perfecta tierra de cultivo.El libro –ha declardo José María Pinilla a El Callejón del Gato- se aleja del esnobismo y el mundo mediáticamente egocéntrico y reclama un mundo en extinción, alejado del excitante y estresante cosmos real, como un arroyo en la madrugada, donde el yo lírico envuelve su mundo con el de otros en clara comunión universal. Es la memoria del alma, el asombro, la quemazón, la oquedad en viaje hacia el cuerpo de a luz.Caminos invertebrados, se nos antoja un viaje, con una unidad poética clara: el desencanto. El poeta nos dirá: Confieso profundamente que soy humano, y de ahí su paseo con Píndaro, Sócrates y Zeus. La expresión de que el tiempo es un recuento innecesario, nos va trasladando desde la nostalgia, a la pérdida constante de ilusiones, la costumbre, la soledad, nuestras propias vanidades, los legados que nos quedan, la rabia, el sollozo, incluso los reproches. Redacción.-

El 28 de marzo, se presentó en el ateneo barcelonés "El libro de las excusas", de José MaríaPinilla.

La presentación corrió a cargo de Jualiana Mediavilla, del grupo Poético Laie, cuyas palabras reproducimos a continuación:

PRESENTACIÓN: EL LIBRO DE LAS EXCUSAS “El libro de las excusas” aparece en una etapa de plenitud del poeta José María Pinilla.

Con él obtuvo el prestigioso Premio Internacional de poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza, 2007, que ha venido a engrosar una larga lista de trofeos literarios en diferentes certámenes.

Este poemario confirma su voz poética, en la que cabe destacar el uso exquisito del lenguaje: ágil y cercano, capaz de poetizar la realidad cotidiana sin caer en el coloquialismo, sin abandonar el tono lírico, aunque a veces introduzca términos del mundo de la técnica o de la ciencia, creando nuevas imágenes poéticas:

“…Es como configurar un nuevo software que anunciara primaveras y programara inviernos…”

Los poemas son polimétricos y mezcla armoniosamente versos de arte menor, con fuerte presencia del pentasílabo y el heptasílabo, y versos de arte mayor entre los que abunda el endecasílabo. A veces quiebra los versos largos para destacar algún sintagma y es notable la disposición espacial por la subjetiva forma de construir estrofas irregulares o aislar un verso para intensificar el sentido global del poema. Aunque conoce muy bien las reglas del juego, en el “Libro de las excusas” el autor se reafirma como cultivador del verso libre: evita y persigue la presencia de las asonancias. No descuida, sin embargo, el ritmo, muy cuidado en todos y cada uno de los poemas. La cadencia la consigue también mediante la frecuencia de recursos de tipo fónico, como anáforas o paralelismos: “…Hemos escuchado los vientos y la piel de los vientos, y la anticipación del aire y su existencia…” “…Ya nada queda en el silencio ni en la respiración de los pájaros ni en las nubes de esquemas marginales salvo un ramo de delirios sin palabras…” Puede parecer una poesía críptica cuando las imágenes alcanzan un valor simbólico dentro de su propio universo poético, que no excluye a veces la incursión surrealista, pero la capacidad evocativa y el poder sugeridor de las metáforas permiten que los poemas alcancen diferentes dimensiones y diversas complicidades con el lector. Encontramos en el libro bastantes poemas dedicados a la poesía, o más concretamente a la palabra –ese material resbaladizo del que se sirve el poeta-, en ellos manifiesta su pasión por la poesía, por su magia y su misterio. Poesía-oficio, poesía-necesidad o poesía-consolación (como diría Antonio Pereira). Así en el poema “Sobre alguna forma equívoca de leer versos” el poeta demuestra cómo la poesía no se deja someter a una explicación lógica: (leer poema página 22) “Sobre los nombres de las cosas” es un bello homenaje al poder del lenguaje, a la luz de los nombres y la imposibilidad de vivir en un mundo no nombrado: Nos quedan los nombres de las cosas. Y los nombres tienen alas, bordes que dentellean como una máscara o una urgencia, como un viejo buscar del agua sobre la piedra, un pájaro, el vuelo de una alondra o la maleza que arde. Los nombres son sonidos que conducen al viento, llegan como un corazón ajeno y se quedan para amarnos. Como un color. Como la transparencia de no saber cuándo. En el poema “Sobre como leo a los poetas con decoro”, el poeta manifiesta la importancia de la poesía, su trascendencia y ese anhelo de pervivencia en la palabra: “…Y alimento el cauce y el desgranar de los relojes. Mi ámbito es el tiempo y ese poema inacabado que nos queda, la promesa renovada de no morir en el silencio…” Otros poemas giran en torno a la poesía y la visión poética del autor. Así en “Sobre cómo mi editor me sobreestima”, “Desde la propia inmensidad” y “Todo mi sacrificio es la palabra” se nos habla de la falta de libertad del autor y de esa insalvable diferencia entre las ansias del poeta y el gusto de la demanda –en el improbable supuesto de que la poesía tenga demanda. Vemos también esa búsqueda de la perfección, aun sabiendo que no existe el poema perfecto, puesto que de existir ya habrían desaparecido los poetas. Es frecuente a lo largo de todo el poemario la presencia del “yo” lírico. La utilización de esa primera persona da un toque de sinceridad a los poemas y establece un clima de cercanía con el lector. Aunque podemos hablar de una voz muy personal, rebelde a las clasificaciones y muy difícil de etiquetar. Tiene como referentes más inmediatos a los autores de la llamada Poesía de la experiencia, pero el autor busca el resultado estético, la perfección formal, mediante esa inquietud constante por el lenguaje y la palabra, mencionada más arriba. “El libro de las excusas” es también un viaje introspectivo hacia el propio conocimiento en el que afloran los problemas del hombre, sus miedos y su incertidumbre: el amor, la soledad, la muerte, el retorno a la infancia, el desencanto o la nostalgia serán temas recurrentes que atrapan al lector por la conexión e identificación que se establece cuando la poesía cumple, como en este caso, su función comunicativa: “…No podemos renovar ni el canon ni el criterio. Desde el comienzo, los cálculos previos conducen al fracaso como si un vía crucis de cordura atracara en un puerto plagado de deudores…” Podríamos hablar también de crítica social en diferentes poemas como “Sobre el secreto de las canas” o “Sobre la mensajera navideña”. En este sentido “El libro de las excusas” va más allá de un lirismo aséptico: José María Pinilla une a su poesía intimista su compromiso con la realidad circundante y puede considerarse una poesía, si no de denuncia, sí testimonial. Porque la poesía no puede ni debe renunciar a sus principios estéticos pero, como cualquier manifestación artística, debe dejar testimonio de su tiempo. En este sentido “El libro de las excusas” no deja indiferente nuestra conciencia de lectores y –frente a una sociedad que tiende a la deshumanización- despierta en nosotros ese pesimismo humano tan acorde con la época que nos ha tocado vivir. Juliana Mediavilla Pablo Marzo de 2008